Cuantas veces hemos soñado con salir del médico, con una receta que nos permita comer todo lo que queramos de lo que más nos guste...
Pues eso le pasó a mi abuelo José María, un donostiarra de la vieja escuela, famoso por no salir nunca de la Parte Vieja, ya que, según se comentaba en el barrio, opinaba que a partir del Boulevard nada merecía la pena. Pero esa creencia popular distaba de ser la correcta. Lo cierto es que mi buen abuelo estudió en Inglaterra durante la I Guerra Mundial, y en una de las travesías hacia puertos británicos, el barco en el que navegaba fue atacado por un submarino alemán. Hubo una fuerte explosión en el buque, y al parecer, esta le afectó el sentido del equilibrio, por lo que padecía constantes vértigos en los espacios abiertos. Aprovecho estas líneas para desmontar esa leyenda urbana que correteaba por el San Sebastián de mediados del siglo XX, hoy lo llamaríamos agorafobia.
Pero volvamos a la receta médica, cuya lectura no tiene desperdicio.
Una auténtica maravilla, sobre todo para los que somos de buen comer.
Lo malo es que mi abuelo no la sobrevivió ni un año... y no entiendo por qué.